La Vereda

La Vereda es una preciosa aldea de la provincia de Guadalajara, ubicada dentro de la Tierra Media de la Sierra de Ayllón. Su enclave es privilegiado, ya que se alza sobre un cortado creado por el Arroyo de Vallosera, al oeste del Embalse de El Vado y a unos 1080 m de altitud. Su historia es la historia de sus antiguos moradores, gentes recias que tuvieron que soportar la difícil combinación de una vida dura, aislamiento, emigración y expropiación forzosa.

Origen, vida y ocaso

En la Edad Media ya se tiene constancia de la existencia de La Vereda, que pertenecía, como todos los pueblos vecinos (El Cardoso, Colmenar, Bocígano, Cabida, Peñalba, El Vado y Matallana), al “Común de Villa y Tierra de Sepúlveda”. En el S.XIV (año 1373) fue cedida a la Casa de Mendoza. A mediados del S.XVIII, Matallana y La Vereda eran considerados barrios de la Villa de El Vado, que por entonces contaba con 58 vecinos. Un siglo más tarde, a mediados del XIX, la situación era la misma y La Vereda contaba con 30 casas. Su economía se basaba en la agricultura y la ganadería (caprino y mular) de subsistencia, complementada con la apicultura y el carboneo de sus robledales y encinares.

Tras la Guerra Civil Española (1936-1939), se fue despoblando y se acrecentaron las dificultades, ya que el cura, el médico, el veterinario y el cartero residían en Tamajón. En 1954, al inaugurarse el Pantano de El Vado y desaparecer el pueblo bajo sus aguas, La Vereda pasó a tener ayuntamiento propio, pero se quedó aislado y sin servicios, al anegarse también el camino que la unía con Tamajón. La vida en el pueblo se endureció sobremanera, agravada por la difícil orografía, la dura climatología y la falta de luz eléctrica, acometida de agua y calefacción. Las casas se calentaban únicamente con la chimenea y con los hornos anexos donde se cocía el pan. Todos estos factores convirtieron a los que se quedaron en un ejemplo de la lucha por la supervivencia en un medio hostil. Los que se marcharon, lo hicieron en su mayoría a Alcorcón y San Sebastián de los Reyes, y en menor medida a Alcobendas y Guadalajara capital. De 1967 a 1970 apenas quedaban 9 almas en la aldea de las 30 con que llegó a contar.

La puntilla a la despoblación la puso la expropiación forzosa por parte del ICONA de los terrenos de La Vereda y Matallana con el objetivo de reforestar la zona (BOE de 17-04-71). Las últimas dos familias abandonaron el pueblo la mañana del 7 de noviembre de 1970, con sus enseres cargados a lomo de sus mulas. Fueron dos matrimonios: Julián Lozano y María Mínguez, y Segundo Mínguez y Anastasia Moreno. Marcharon por senderos hasta Roblelacasa, donde vendieron sus caballerías a un tratante y cargaron sus pertenencias en un camión que los condujo a San Sebastián de los Reyes. Paradojas de la vida, en 1974 llegó al pueblo lo que nunca habían tenido cuando lo reclamaron, un camino rodado para vehículos hecho por el Estado.

Los Últimos de La Vereda (año 1970): preparando el éxodo (izda) y saliendo hacia Roblelacasa (dcha). Fotografías de Francisco García Marquina.

Arroyo de la Vallosera

La vida en La Vereda estuvo siempre ligada al arroyo que pasa a sus pies, el Vallosera, dado que, a falta de agua corriente, era su única fuente del preciado líquido. Mediado el S.XX, a finales de los años 40 o principios de los 50, los vecinos que quedaban construyeron su propio molino maquilero, el Molino de Vallosera, con su caz para la molienda de cereal. Anteriormente, se tenían que desplazar hasta dos molinos ubicados a orillas del Jarama, uno bajo Matallana y otro en El Vado. Molino y caz siguen todavía en pie. Siguiendo la caz reconvertida en vereda río arriba, se llega al azud que alimentaba el molino y que años después, fue utilizado por Félix Rodríguez de la Fuente como bañadero para sus lobos y luego como criadero de truchas.

El Arroyo de la Vallosera, a quien algunos dan condición de "río", es afluente del Jarama. Su nombre significa "Valle de los Osos", siendo mencionado en el "Libro de Montería" del rey Alfonso XI (1311-1350), donde aparece como la "Foz de Val Osera". Su pesca fue arrendada desde 1588 por el desaparecido Concejo de El Vado, según consta en los "Libros de Cuentas" del citado municipio. Nace a los pies del Pinhierro y la Loma de la Peña. Bajo el despoblado de La Vihuela se nutre de los arroyos del Pinhierro, del Acirate, de la Garganta, del Horcajuela y de la Pedregosa. Más abajo, en La Vereda, recibe las aguas de los arroyos del Tejoso, de Pajarejo, de las Cabañas, del Collado, Abajo, del Cerezo, de los Nogales o Sierra Elvira y del Cabecito. Su cauce, de unos 7850 m, discurre por un profundo cañón, encajonado entre peñas tales como el Recorvo de las Pilas de las Covachas, la Pozalloso, o Peña Bandoria, ya muy cerca de la Iglesia de Santa María del Vado, bajo la cual desemboca en el Pantano del Vado. Varios pontones permiten cruzarlo, como el del Vellío, el de la Tejuela, el de las Cortes (junto al Arroyo Abajo), el de La Vereda, y el de la Rezuela. Desde mediados del S.XX cuenta con un molino maquilero alimentado por un pequeño azud, ubicado junto a la desembocadura del Arroyo de Sierra Elvira y que estuvo en funcionamiento hasta la despoblación de La Vereda.

Arquitectura Negra

Construida en pizarra negra, La Vereda está considerada una de las joyas de la llamada “Arquitectura Negra” de Guadalajara. Originalmente, la aldea contaba con una treintena de casas distribuidas en dos barrios: el de Arriba, ubicado al NO, y el de Abajo, al SE. Las viviendas eran todas parecidas: de una o dos plantas, excepcionalmente de tres, con muros y tejados de pizarra, y pocos y pequeños vanos enmarcados con madera para preservar el calor. La planta baja albergaba la cocina y las alcobas, y la planta superior era una cámara o “cambara” en la que se almacenaba el grano y los cereales. Muchas casas tenían un horno anexo en el que se cocía el pan. Al emplear materiales de construcción obtenidos del entorno, el pueblo se mimetiza mucho con el paisaje y por eso es tan difícil de fotografiar desde la lejanía.

El Barrio de Arriba es menos denso y en general, se encuentra en peor estado de conservación. En él se encuentra la “Casa de los Balcones“, peculiar por su balconada, única en estos pueblos. Fue obra del albañil Apolinar Moreno García (1883-1964), a quien también se le atribuye la autoría de otras viviendas en La Vereda, Matallana y otros pueblos de alrededor como El Atazar. Esta casa la construyó para su familia en el año 1932, sobre el solar de una edificación anterior arrasada por un incendio. Apolinar dejó constancia de su autoría grabando sus iniciales en el muro con cantos cuarcita, cuyo blanco anaranjado destaca entre la negra pizarra.

El Barrio de Abajo, por su parte, está más cuidado y alberga las construcciones más relevantes.

En él encontramos dos plazas: la Mayor, donde está Casa de la Villa, otrora Ayuntamiento, y la de Oriente, que acoge la antigua casa del Secretario Municipal.

Entre ambas plazuelas está la Iglesia de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción, hasta donde en tiempos se desplazaba, a lomos de su caballería, el Cura de Tamajón para dar misa. Según consta en los libros de cuentas de la ermita, en 1611 no estaba dedicada a la Virgen sino a San Bartolomé, quizá debido al origen sepulvedano de sus pobladores medievales (la parrroquia de Sepúlveda es San Bartolomé). Un siglo más tarde, en 1752, el Catastro de la Ensenada ya recoge la nueva denominación. Es de una sola nave con un pequeño atrio anexo y tiene una espadaña triangular con un solo vano para la campana.

En la parte más baja del pueblo, colgadas literalmente sobre el barranco y separadas del núcleo urbano por motivos sanitarios, estaban las casillas o “tainas” donde se guardaba el ganado. Generalmente eran construcciones sencillas de una planta y con grandes tejados de una sola vertiente.

Fiestas populares

En invierno, la noche de San Silvestre (31 de diciembre) salía el “botarga“, un mozo elegido que se paseaba por las casas, entraba en las cocinas para remover las ascuas en búsqueda de patatas asadas, y bailaba con mozas y niños. Los aguinaldos recogidos se subastaban la noche de Año Nuevo en la Casa de la Villa. También se celebraba el Carnaval. El martes había ronda y cena de mozos, baile de máscaras en la Casa de la Villa y salida de la “vaquilla” por las calles. Se comía “repasto“, un guiso de patatas, tocino y huevos, y “caracoles“, un dulce a base de bolitas de masa frita untada en miel.

En primavera, por Cuaresma, las mozas hacían sus rondas petitorias y portaban un ramo al tiempo que interpretaban cantos religiosos. El domingo de Pascua se reunían para tomar “orejones” y “caracoles“. En abril se plantaba en una oquedad pétrea de la Plaza de Oriente el “mayo” y se interpretaban los “mayos“. Mozos y mozas se emparentaban para mayo y junio: ellos las rondaban los fines de semana colocando “enramadas” en las fachadas de sus casas y ellas los invitaban a rosquillas por San Pedro.

El verano se daba por iniciado el 11 de junio, San Bernabé, cuando tenía lugar el esquileo de las ovejas antes de subirlas a los pastos de verano. Las fiestas patronales se celebraban los días 29 y 30 de junio, San Pedro y San Pedrillo, en las que se hacía un “recuento de cabras y colmenas” y se recogían por las casas al son de una jota serrana dos rosquillas, una para el “Ramo” y otra para los mozos. A mediodía se celebraba la misa y la procesión con la imagen de la Inmaculada Concepción. Se comía un cocido de garbanzos, guiso de patatas y “rosquillas de baño“. Por la tarde se subastaba el “Ramo“, armazón de madera adornado con las rosquillas recogidas, y con lo obtenido se sufragaba la fiesta y los gastos de la iglesia.

En otoño, la noche de Todos los Santos, se celebraba la “corrobra” de los mozos. Se elegía una cabra “machorra” y se comía “repasto“. El vino corría a cargo de los mozos de 12 a 14 años, que de esta forma pasaban a formar parte de la “corrobra“. Entrada la noche, se taponaban las cerraduras con los típicos “puches” para impedir la entrada de los espíritus. El día de la Inmaculada, se elegía a los “mayordomos” encargados del cuidado de la imagen de la Virgen y de su culto.

Situación actual

En 1977, ante la posibilidad de que La Vereda y Matallana fueran destruidos, un grupo de personas, en su mayoría arquitectos de Madrid y Guadalajara, solicitaron la cesión del pueblo y su entorno con el fin de reconstruirlo y mantenerlo. Para ello, formaron la Asociación Cultural de La Vereda. Hasta la fecha, han rehabilitado varias casas del pueblo intentando respetar el estilo tradicional. La concesión se renueva cada 10 años. Desde 1983, La Vereda es propiedad de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y pertenece al Municipio de Campillo de Ranas.

En 1988, algunos de los antiguos vecinos y descendientes de aquellos constituyeron la “Asociación Cultural Hijos de La Vereda“. Su objetivo es tratar de recuperar las propiedades que un día les fueron arrebatadas y reavivar las tradiciones y fiestas populares. El Ayuntamiento de Campillo les ha cedido La Casa de la Villa para reunirse de vez en cuando. Todos los años, a finales de junio, celebran una reunión, que tiene lugar alternativamente en Matallana y La Vereda, a la que acuden personas vinculadas al antiguo Concejo de El Vado. Es una jornada festiva, en la que se celebra una misa, actos religiosos en honor a los antiguos patronos, y una comida amenizada con música tradicional. Como no podía ser de otra forma, las dos asociaciones han tenido sus roces. Ambas pugnan por los mismos inmuebles, unos con el poderoso argumento de que un día fueron suyos y otros con el mérito de haberlos librado del derrumbe durante años. Y mientras, la Administración y su tediosa burocracia, como siempre, callan y no resuelven nada.

Bibliografía:

Una pequeña parte de la información aquí reflejada la obtuve directamente, sobre el terreno, durante mis varias visitas a La Vereda. El resto de los datos, fundamentalmente históricos, están extraídos de dos fuentes:

1) La fantástica revisión de Faustino Calderón sobre la historia del pueblo: Los pueblos deshabitados. La Vereda

2) El magnífico artículo sobre la aldea de José Antonio Alonso Ramos, etnólogo y músico de raíz. Las fotografías históricas están sacadas del libro en el que está publicado el artículo, cuya adquisición recomiendo fervientemente:

José Antonio Alonso Ramos. La Vereda. Los rincones del recuerdo. En: AACHE Ediciones. Serranía de Guadalajara: despoblados, expropiados, abandonados (Asociación Serranía de Guadalajara); 2021. pp. 303-318. ISBN: 978-84-18131-41-7.

Rutas por el entorno de La Vereda

Descubre algunas de las rutas para visitar La Vereda en los siguientes enlaces de nuestro blog: