Cabeza Antón (1396 m, Sierra de Ayllón)

Cabeza Antón (1396 m) es una montaña de la Sierra de Ayllón y la Sierra Norte de Madrid. Está ubicada en la zona S del Circo de la Puebla, sobre la cola NE del Embalse de El Atazar.

Cabeza Antón desde la arista sur de Peña de la Cabra.

Cabeza Antón desde la ladera del Porrejón Cimero.

Vertiente oriental del Cañón del río de la Puebla desde la M-130.

Cabeza Antón desde el Cañón del río de la Puebla.

Su cara O se alza sobre el Cañón del río de la Puebla, poco antes de su desembocadura en El Atazar.

Cara O de Cabeza Antón desde la ladera de El Picazo.

Ladera O de Cabeza Antón desde el Camino de Robledillo a El Atazar.

Su cara N, poco accesible, asoma al Barranco de Val de la Horma, mientras que la SE se desprende hacia el Barranco de la Pasada frente al Cerro Torrejón.

Cerro Torrejón (izda) y Cabeza Antón (dcha) desde el cordal del Pico Somosierra.

Cabeza Antón desde el Cerro de la Torrecilla.

Ladera E de Cabeza Antón desde el Barranco de Peñarrubia.

Ladera SE de Cabeza Antón desde el Barranco Culicalla.

Su cima (1396 m) está presidida por un gran hito que la preside y es uno de los mejores miradores del Embalse de El Atazar.

Hito de la cima de Cabeza Antón (1396 m).

El Embalse del El Atazar visto desde Cabeza Antón (1396 m).

Rutas de ascensión

Circular por el Barranco de Peñarrubia, el Pico Somosierra y Cabeza Antón desde el pueblo de El Atazar

Las montañas permanecen en el tiempo de una forma radicalmente diferente a la de los hombres, breve y tormentosa. Mientras nosotros contamos el tiempo en horas y en días, ellas lo miden en millones de años. Las montañas nos han visto llegar, pasar por ellas, e inmutables, nos verán desaparecer. Cambiando solo de apariencia según la estación, sus cimas son altares perpetuos que, inalterables, fascinan a generación tras generación. De una belleza salvaje, ejercen sobre muchos de nosotros una fuerza magnética que nos atrae irreversiblemente hacia su cumbre. Esa es su grandeza, pero también su peligro. Podemos subirlas, escalarlas, crestear por su cima y descenderlas, pero al final, siempre nos vencerán. Y sin embargo, tengo la intuición de que algo de nosotros se queda para siempre en ellas y algo de ellas se marcha con nosotros. Ese oculto vínculo nos une a hombre y montaña de por vida y no desaparece nunca. Y cuando ya no estemos, los que nos han querido podrán subir a nuestra montaña y establecer con ella la misma conexión, y de esa forma, vernos en ella, reconocernos en cada piedra, sentirnos cerca, aunque sea solo durante un fugaz instante, pero que hará que todo merezca la pena...