Las gallaritas o “gallarutos“, coloquialmente conocidas como “agallas de roble“, son unas excrecencias tumorales que le salen a los robles y a las encinas. Están producidas por la picadura de un insecto de la familia Cynipidae (“avispa de las agallas”). La hembra pone un huevo en una hoja en crecimiento y segrega unas sustancias químicas que estimulan la formación de tejido alrededor de la hoja. La larva permanece en el interior alimentándose del tejido circundante. No hay que confundirlas con el auténtico fruto de estos árboles, la bellota.


Antiguamente, las gallaritas eran utilizadas para hacer tinta, unguentos cicatrizantes y antihemorrágicos, y también para jugar, usándolas como “canicas”. Miguel Delibes las cita en uno de sus libros: “No faltaba nada en el escenario: matos densos, calveros, caminos de arcilla encharcados, bogales, bellotas y gallaritas” (El último coto, 1992). Algunas gallaritas son particularmente famosas, como es el caso de las “Agallas de Alepo“, ciudad de Siria hoy tristemente famosa por ser uno de los escenarios de los conflictos bélicos del país. Esas agallas, generadas por una avispa pariente de Andricus quercustozae, infectan una variedad de quejigo que crece en Siria, Grecia, Turquía y algunas zonas de Oriente Medio. De las mismas se obtenía la famosísima tinta de Alepo, por la que ya desde el S.XII se pagaban importantes sumas, ya que se consideraba una tinta duradera de gran calidad y hermoso color azul o negro que quedaba perfectamente fijada en los trabajos de caligrafía.
